Ahora el programa se amplía a un total de sesenta países “elegibles” para firmar acuerdos frente a los diez que ya lo han hecho y una veintena que se encuentra en conversaciones. Se amplia también la cantidad de código a compartir, especialmente en lo que concierne a seguridad, así como la posibilidad de que dichos países puedan utilizar sus propios algoritmos de encriptación.
Uno de los efectos colaterales de la expansión y divulgación de la filosofía del Software Libre ha sido poner de manifiesto que los gobiernos están confiando sus informaciones más confidenciales a una serie de programas que realmente no saben lo que pueden estar haciendo.
De la misma forma que algunos programas de ofimática contienen bromas y videojuegos ocultos (conocidos como “huevos de pascua”) ¿quién nos asegura que no tienen además programas espía o simplemente que esos programas funcionan exactamente como esperamos?
En Linux, como Software Libre que es, el código del sistema operativo y de sus aplicaciones se distribuye conjuntamente con él. De esta forma, no sólo puede ser “visto” antes de instalarlo, sino que se puede compilar (crear el programa ejecutable a partir del código) en la misma máquina en que se va a instalar e incluso modificar o ampliar para las necesidades específicas que se deseen.
No obstante, mientras que en Linux todo el código está accesible, Microsoft sólo enseña fragmentos, lo que sigue dejando muchos interrogantes en el aire. Y no es de esperar que en las visitas de los ingenieros de dichos países a la central de Microsoft para revisar partes del código y de las pruebas se puedan volver con algún disquete en el bolsillo para publicarlo en Internet.